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La Gallina

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La Gallina
de Cía. La Varieteré
Espacio Cultural Dínamo, C.A.B.A.
Duración: 60 min.

por Eva Candendo

 
Cuando el espectador se aparta del circuito comercial teatral y logra bucear en otros ámbitos que solo se conocen por el boca a boca, puede encontrarse con verdaderas perlas del escenario. Tal es el caso de La gallina, a cargo del grupo La varieteré, que se presenta los domingos en el Espacio Cultural Dínamo. Este espectáculo trae a la memoria el quehacer teatral del Circo Criollo de los hermanos Podestá, aquellos que, en esa mistura con el circo, hacían reír y llorar a la platea. Los Podestá se adelantaron a lo que luego serviría de metodología para el entrenamiento actoral utilizando el lenguaje del cuerpo, que hoy se usa evitando el exceso de retórica y redunda en calidad y dinamismo. En La gallina, los jóvenes integrantes de la troupe demuestran ductilidad corporal en un recorrido que va desde el clown, el teatro físico, el mimo y la vocalización.

Pero no es sólo un espectáculo para los ojos, puesto que las escenas que se suceden, elaboradas por los propios artistas en una creación colectiva, siempre llevan una lectura especial y humorística sobre la realidad, desde el recuerdo de tiempos pasados con menos tecnología y más imaginación, los estereotipos femeninos impuestos socialmente, los profesionales de la salud desinteresados por los pacientes, la falta de valores y la alienación cotidiana, los desencuentros de pareja y el amor en distintas épocas, el adoctrinamiento evangelista y hasta los émulos de Volver al futuro, Doc y Martín, que traen la esperanza de mejorar el mundo. Todo esto en un recorrido en clave de humor, por momentos desopilante, como ellos dicen “abordado desde una perspectiva crítica y constructiva de nuestra realidad, divirtiendo e invitando a la reflexión”.

Los actores exhiben su capacidad de pasar en pocos minutos de un personaje a otro en un trabajo excelente, sin altibajos y sin perder por ello calidad, ocupándose también del cambio de escenografía.
El grupo no cuenta con agente de prensa por obvias razones económicas y, por ende, no tiene publicidad. Sin embargo, La gallinano cobra entrada, se hace a la gorra porque, como explican al finalizar la función, opinan que todas las personas deben tener acceso a la cultura y al entretenimiento. Toda una declaración de principios.


Ficha Técnica:

Dramaturgia: Cía. La Varieteré
Intérpretes: Guillermo Balbuena, Ana Clara Barboza, Belén Biniez, Elsa Davolio, Julio Di Ciocco, Ernesto Lospinnato, Natalia Tamara Rosa, Rita Seguín.
Asistencia Técnica: Florencia Pellejero
Dirección: Cía. La Varieteré

Cartas a mi hijo Federico

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Cartas a mi hijo Federico
de María Marta Guitart
Teatro El Crisol
Scalabrini Ortiz 657, CABA
Domingos 18 hs.
Duración: 60 min.

por Eva Candendo

Una madre, en soledad, entra al cuarto de su hijo para calmar la angustia y el desasosiego de no saber sobre su suerte. Allí encuentra una caja donde él guarda las cartas que ella le enviara durante sus viajes. Mientras lee sus propias palabras, en las que se funden los consejos y el aliento para que siga en la senda que le apasiona y lo hace feliz, se presiente la imagen del hijo, dulce y firme, como si ella lo trajera a su lado, con la fuerza de su amor y sus palabras. Vicenta sabe que la gran sensibilidad que tiene Federico no siempre es bienvenida, que los lobos acechan en esos tiempos peligrosos. Sola, frente al escritorio que nadie ocupa, repite sus versos, “…madre, bórdame en tu almohada…”, canta aquellos otros tan maravillosos que pintan su sentir y baila para ahuyentar el dolor y la muerte que, inexorable, se cierne sobre él.


Sólo una gran pasión y un gran trabajo actoral pueden llevar adelante esta obra, tan difícil por la enorme elaboración interior que requiere. María Marta Guitart es, además de una talentosa actriz y poeta, una estudiosa de Federico García Lorca, lo que la llevó a hacer durante diez años en forma casi ininterrumpida, Federico tuvo un sueño, basada en la poesía del poeta granadino y en un cuento de Antonio Tabucchi. De la lectura profunda de las cartas de Vicenta Lorca surgió este espectáculo en el que, con su exquisita sensibilidad poética y su ductilidad, logró hacerse carne en esta madre que muestra el costado más íntimo y humano del hijo talentoso y amado. Sentada en la mecedora, leyendo, o en los momentos más dramáticos, cuando baila abrazada al saco blanco, vacío, despliega un abanico de sentimientos que sobrevuelan el recuerdo llevándola de la alegría de saberlo exitoso a la angustia por el destino incierto. La emoción no da tregua, se adueña de cada uno de los espectadores por esa mujer vestida de negro que echa sus palabras al aire y que son pura poesía. La música del cello, ejecutado por Natalia Surachi, acentúa la belleza de las  imágenes que se suceden en el recorrido de la lectura. La escenografía y las luces son sencillas y contundentes. Un espectáculo para no dejar de ver.

Ficha Técnica:

Dramaturgia, actuación y dirección: María Marta Guitart
Asistencia de dirección: Melina Forte
Música en escena: Natalia Surachi
Composición de música original: Maylén Ubiedo Myskow
Diseño de movimiento: Melina Forte
Fotografía: Silvina Di Caudo
Diseño Gráfico: Mariana Cullen
Diseño Lumínico: Diego Todorovich
Vestuario y escenografía: Teatro en camino
Producción Ejecutiva y Prensa: Pato Rébora

Derecho de las mujeres a una vida sin violencia

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Derecho de las mujeres a una vida sin violencia
Norma Matteucci
Ediciones Novedades Educativas, 2017
Ensayo, 128 pp.

por Rubén Sacchi

La violencia parece ser una característica humana, algo intrínseco a la especie, como una maldición que el hombre debe cargar por el resto de sus días.
El lugar común que nos dice “la violencia engendra a la violencia” tiene mucho de realidad, pero debe diferenciarse la que se ejerce como acción o la que vuelve en la forma de reacción. La historia está plagada de ejemplos donde la violencia no sólo está justificada sino que es plausible.
Los sistemas en los que el hombre organiza su vida, las instituciones que sostiene y sus modos de relacionarse son diversos y, de acuerdo a la equidad que propongan, serán más o menos violentos. Pero, en ese universo, subyacen contradicciones particulares que hacen al todo.
En una sociedad culturalmente patriarcal, la violencia que sufren las mujeres merece especial atención y a ello apunta el trabajo de Matteucci, que parte de la conflictividad cotidiana para desembarcar en la cuestión de género y en los diferentes tipos de violencia que sufren las mujeres a manos del hombre, “esa inferiorización sistemática (...) que les expropia a las mujeres los derechos materiales y simbólicos”, porque “cualquier modificación de la feminidad implica la modificación de la masculinidad”, ya que, al decir de Simon de Beauvoir, “nadie es más arrogante, violento, agresivo y desdeñoso contra la mujer que un hombre inseguro de su propia virilidad”.
Para modificar esta realidad, la autora plantea el trabajo sobre la educación, principal generador de subjetividades, insistiendo en desarrollar a los jóvenes como sujetos activos para la comprensión y transformación de los paradigmas sociales machistas y estereotipados.
En el convencimiento que “la lectura forma y transforma”, propone guías didácticas para la lectura crítica, mediante el abordaje de textos y el análisis de sus discursos.
Carlos Marx decía que “la mujer es el último bastión de la propiedad privada”. No será sencillo abolir esta última, pero va siendo hora de eliminar otras verticalidades.

La alegría siempre flota

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La alegría siempre flota
Fatumi
Ediciones Caseritas, 2017
Cuento, 18 pp.

por Rubén Sacchi

Fatumi es el nombre que la niña de nueve años Zoe Victoria Hermann Mignaqui eligió para declamar su autoría. No se trata de un pseudónimo ni un apodo. Sucede que esa palabra designa su segundo nombre en árabe. La pista quizás se encuentre en la dedicatoria, en la que incluye a su abuela chiita.
La producción se define por el nombre de la editorial: totalmente artesanal y de buen gusto. La tapa y el interior incluyen textos e ilustraciones de la jovencísima autora en proporciones equilibradas.
El contenido reúne siete cuentos que muestran un espíritu sensible. Desde la fantasía hasta la más dura realidad recorren estas páginas, pero el lector siempre encontrará un mensaje esperanzador y un punto de vista positivo.
Es evidente que, tras el libro, hay un equipo de afectos que estimula y apoya las inquietudes de la talentosa pequeña. En horabuena, cuando el mensaje que nuestros vástagos reciben a diario es el de la lucha por el éxito individual y el lucro como objetivo final de la existencia.
Desconozco si este es su primer trabajo o si existen precedentes, aunque su edad permite intuir que no posee una frondosa obra; sin embargo creo que, de trabajar sus evidentes capacidades, Fatumi puede encontrar un lugar en el futuro de las letras. Si así no lo fuera, espero que la vida le permita sostener esa frescura y calidez que encierran sus historias en cualquier orden de su existencia.

Filomena

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Filomena
Claudia Queiroz
th Barrios Rocha Editores, 2015
Novela, 108 pp.

por Rubén Sacchi

Cuando al inicio del libro la autora dice que “no es una novela corta, ni un cuento largo”, más que justificar el género narrativo alude a lo profundo de su obra: “Filomena es la primera palabra de un juego de palabras desparramadas que se vaciaron y se llenaron a lo largo de mi pueblo largo y me desafiaron”. Es que Filomena es una metáfora de la otredad, un grito contra el abandono y la deshumanización de la sociedad.
El personaje que elije Queroz para transcurrir su novela es una mujer indigente. Como todo desheredado social no tiene un origen cierto, por ende, no podemos intuirle futuro. No obstante, y recordándonos el origen de la vida, nos dice: “el agua y el comienzo suelen explicarse a sí mismos”.
Despacio, mediante idas y vueltas gramaticales, se va desenredando una historia, todos la tenemos, “es la conciencia histórica la que nos hace dueños” y, al privar a Filomena de la suya, se le quita solidez, se la resume a un instante que debe pasar rápidamente para no desentonar con la monotonía del paisaje. Pero la escritora insiste, bucea en la realidad y en la leyenda para devolverle su pertenencia, su peso, porque “la historia de los pájaros (...) no son los pájaros, sino su vuelo”.
Con una prosa, por demás poética, la escritora nos acerca a un lugar universal, sin apartarse de su aldea, donde se evidencia “la permanente imposibilidad de elevarse”, una realidad que no es destino, sino una heredad que debe transgredirse para alcanzar el verdadero sentido de la vida, si es que lo tiene, o inventárselo.

El jerarca

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El jerarca
de Igon Lerchundi y Franco D´Aspi
Mimoteatro Escobar-Lerchundi
Defensa 611, CABA
Viernes 21 hs.
Duración: 80’

por Eva Candendo

La primera mitad del siglo XX dio comienzo a un nuevo fenómeno bélico que tomó el nombre de “guerras totales”, porque ya no había un frente de batalla definido sino que se desarrollaba en todas partes, involucrando a la población civil, que fue blanco de bombardeos y persecuciones. Familias enteras huían o se separaban y, sin duda, de todo este horror, los más afectados fueron los niños, por el sufrimiento físico y psicológico de ver su infancia abruptamente interrumpida, sin entender el por qué. Dice Peter Townsed que “un hombre sabe más o menos por qué va a la guerra. Un niño no”. El éxodo forzoso y el exilio fueron dos instancias dolorosas para muchos de ellos durante la guerra civil española, dejando atrás su mundo de afectos. El bombardeo de Guernica, pueblo conocido como el hogar de las libertades vascas, fue la mayor masacre hasta ese momento, y un punto de inflexión en el horror que vendría.

Igón Lerchundi evoca al niño que fue en su descubrimiento de la maquinaria burocrática y feroz de aniquilamiento desatada en ese bombardeo, materializado en la figura del jerarca con su fría crueldad, y su rutina de muerte en su costado más oscuro y abyecto. En monstruosa contradicción, era capaz de disfrutar de la música, que ejecutaba y escuchaba en privado y después cumplir órdenes acatadas porque el sistema lo formó obediente y eficaz en su tarea de exterminio. A pesar de eso rescata en el pueblo los valores de coraje, solidaridad y amistad que lo ayudan en el camino.

La obra hace uso de tres lenguajes diferentes, el oral, el audiovisual y el gestual que potencian la conmoción provocada en cada una de las situaciones. En la piel de personajes tan opuestos, el niño y el jerarca, se pone, en un tremendo despliegue de virtuosismo, Franco D´Aspi. Es excelente su trabajo que pasa del niño de ojos inocentes que cuenta un horror que no comprende, al militar siniestro que se regodea en el mal, que degrada y desintegra creyendo ser un superhombre. El manejo del cuerpo, justo y necesario en la transmisión de emociones y alegre y exacto en el baile. La voz, al hablar y cantar, los gestos y la mirada precisos para conmover, sacudir y emocionar. La dramaturgia y la dirección de Igón Lerchundi son excelentes, sin fisuras, y ratifican una vez más el talento de este pionero del arte del mimo. Pone de relieve los valores éticos de solidaridad y lucha, tan necesarios en aquellos tiempos como en estos, con un impecable trabajo artístico, de infrecuente calidad, con una puesta austera y un juego de luces muy acertado.

Ficha Técnica:

Actuación: Franco D´Aspi
Diseño sonoro: Mariano Abrate
Realización de escenografía: Darío Tarasewicz
Preparadora vocal: Mónica Puente
Asesoramiento en danza vasca: Iñaki Galardi de Lescano y Juan Martín Vicente
Máscara y accesorios de vestuario: Alfredo Iriarte y Gabriela Guastavino
Diseño gráfico: Javier Choi y Federico D´AspiLuces y sonido: Stefany Briones Leyton
Dirección: Igón Lerchundi

Machos de campo

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Machos de campo
El Púber P
Editorial Baldíos en la Lengua, 2017
Cuento, 130 pp.

por Rubén Sacchi

Macho y campo. Dos conceptos que en el imaginario popular se nos antojan de la mano, inseparables y cuasi sinónimos. Es que el llamado “campo” requiere de gran esfuerzo físico si lo adoptamos como medio de vida, vale decir, exige cierta rudeza “viril”.
Pero, como casi todo lo que compone ese supuesto canon, no pasa de ser un estereotipo cultural. Un concepto sin rigor alguno, puesto que el ser humano es el mismo en cualquier ámbito y, por ende, pasible de sueños y deseos similares.
De cuestionar ese mito se encarga El Púber P, seudónimo que Cristian Molina adopta para firmar este libro, a lo largo de una docena de variadas historias donde el hilo conductor es la homosexualidad y hasta el nudo de las mismas se centra en esa identidad sexual.
Los relatos, concebidos como una novela (hay lugares, situaciones y personajes subsidiarios entre las ficciones) tuvieron un recorrido difícil antes de consagrarse en formato de libro impreso, los diferentes avatares pueden conocerse en un apartado hacia el final del volumen, pero mucho obedecieron a prejuicios y moralinas que a esta altura deberían estar más que superados.
Algunos de los argumentos alcanzan la bizarría, pero la trama tiene su fuerza en la generación de climas tensos, atmósferas en las que la alternativa entre las posibles resoluciones cambia diametralmente el futuro de los personajes.
Machos de campo es un libro que provoca. Que sacude esquemas que la sociedad se empeña en cristalizar a perpetuidad.

Habitaciones disponibles

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Habitaciones disponibles
Nélida Arp
Ediciones Botella al Mar, 2012
Poesía, 60 pp.

por Rubén Sacchi

El poemario resulta una propuesta interesante. Las habitaciones disponibles están lejos de ceñirse a ese mundo cerrado de la hotelería o los inquilinatos, sino que la oferta es tan abarcativa como la vida y los sueños.
La autora, atrapada en ese universo, reniega del ritmo aparentemente cíclico del tiempo, nos dice: “Otra vez el tiempo, regresando en el inquietante/ orden de las horas”, para luego reforzar la idea en “la tenacidad de los relojes”.
Su poesía es cromática, colorea las figuras reinventando un universo de fantasía, en donde son tan válidas la paleta celestial como la infernal. Sus paisajes son áridos. De frío o de fuego, pero siempre desolados: “Desde esta tierra inhóspita, debo, imperiosamente debo contar el origen”, se impone, y ese origen, quizás su único lugar apacible, es la niñez, el pasado.
Ese sitio tan ansiado representa el sosiego y se plasma en el deseo de “Quedarse entre los caballos hasta que pase la/ infancia,/ hasta la primera gran tormenta”, como si luego de ese mundo que nos representamos idílico de la puericia, solo pudiese sobrevenir el caos, un constante arrebato en la furia de los elementos que lejos están de ser los externos, los de la naturaleza, puesto que conforman nuestro mundo interior, “ese pájaro azul, innombrable,/ dentro de mí”.
Una frase de Ernest Hoffmann, autor gótico que vivió en Alemania entre los siglos XVIII y XIX, comienza el libro con una reflexión que poco alienta respecto del devenir humano: “Al reino de los sueños se entra por la puerta de marfil; son pocos los que llegan a verla, menos aún los que traspasan sus umbrales”. Esa falta de coraje o de vuelo poético a la que aludía el escritor prusiano, es en donde fertiliza la monotonía de la vida. Ese transcurrir lineal y sin perspectiva. Ese que Nélida Arp retrata cuando poetiza: “Se apagan las lámparas mortecinas de las casas de pensión, aunque allí no amanezca”.

Veo veo... ¿qué ves?

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Veo veo... ¿qué ves?
María Cristina Thomson
Ilustraciones: Alfredo Grondona White
Ediciones Deldragón, 2017
Ensayo, 92 pp.

por Rubén Sacchi

Que “una imagen dice más que mil palabras” no quedan dudas, pero ¿qué se lee en esa imagen? ¿cuáles son las mil palabras que visualiza cada uno?
Para acercar elementos a ese interrogante, María C. Thomson propone un recorrido por estampas de álbumes ilustrados, más conocidos como libro álbum, en el que propone al lector analizar los diferentes elementos que componen la imagen en función expresiva.
Para esto, nos introduce en lo que bien denomina El ABC de las artes visuales porque, sin las pretensiones de las Leyes de la Gestalt o la Regla Aurea, acerca al lector una serie de herramientas que resultan fundamentales a la hora de mirar, y ver, una imagen pictórica.
Un tercer apartado aborda la producción contemporánea de literatura infanto juvenil en nuestro país, en una selección que la autora asume subjetiva pero que sirve de muestra introductoria a un universo bastamente poblado de excelentes artistas.
El poeta español Ramón de Campoamor escribió la famosa cuarteta: “En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira”. Y así, pero con otras palabras, lo refiere Thomson: “...tanto la obra de arte como quien la recorre e interpreta (...) son partes de un contexto socioeconómico y cultural diverso que invita a considerar perspectivas distintas a la par que enriquecedoras”.

El círculo de tiza caucasiano

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El círculo de tiza caucasiano
De Bertolt Brecht
Martes: 20hs.
Teatro IFT
Bulogne Sur Mer 549, CABA

por Rubén Sacchi

“Lo que existe debe pertenecer a aquellos/ que para eso valen./ Los niños para que florezcan a las madrecitas./ Los coches para los buenos cocheros,/ para viajar bien./ Y el valle a los que lo riegan,/ para que dé frutos”. Con este canto termina la obra de Bertolt Brecht que Manuel Iedvabni versionó para esta puesta. En él se sintetiza la ideología del autor y se da razón al final de la obra.


En la pieza, el director interpreta profundamente el espíritu brechtiano; ningún elemento queda fuera del distanciamiento. En ella, los actores mudan de personaje, la escenografía se monta y desmonta a la vista y cualquier elemento puede servir como analogía: unas tablas como puente, una tela como lago y un evidente muñeco de trapo como niño, objeto central de la historia. Todo grita: ¡No lo crean, esto es ficción… esto es teatro!

Resulta así, porque Brecht elaboró su propia escuela teatral, muy diferente a la tradicional aristotélica, desarrollada por Konstantin Stanislavski, basada en el ensimismamiento del público al identificarse con los personajes, o la radical surrealista experimentada por Antonin Artaud. Brecht esperaba que el espectador llevara algo de esa experiencia, que no hiciera catarsis y volviera a su casa con la cabeza vacía. El teatro debía ser una herramienta más para la transformación política y social del individuo.

La versión elimina la introducción, donde unos campesinos en disputa por las tierras recuerdan una vieja historia y toma ese relato como conflicto único, aunque el problema de la tierra y la propiedad subyace en todo el texto ya que, más allá de la anécdota, el autor siempre provocaba planteos concretos al público. En este caso, la cuestión es ¿de quién es la tierra? y ¿de quién son los hijos?



La representación se inicia con una revuelta en la Georgia feudal que termina con la vida del gobernador y la huida de su esposa que, en medio de la urgencia, abandona a su bebé. El niño es rescatado y cuidado por Grusche Vachnadze, una criada, que lo traslada a una aldea vecina y es perseguida por las tropas del príncipe. Tras infinidad de peripecias, la mujer es descubierta y debe dirimir en juicio la tenencia del niño frente a la madre biológica. El juezAzdak, un borracho proveniente del pobrerío, decide resolver la cuestión mediante el círculo de tiza.

La resolución es contraria a toda la tradición al respecto, desde el bíblico juicio salomónico hasta el drama del Siglo XIV del chino Li Hsing Tao, El círculo de tiza, en el que Brecht se basó. En el final, según palabras del autor, “lo que se dilucida no es el derecho de la criada sobre el niño, sino el derecho del niño a una madre mejor”.

Cuenta Manuel Iedvabni: “Mi abordaje a la obra de Brecht comenzó de muy joven y cuando el autor aún vivía (“La condena de Luculus”) en 1954. Continúo con otros diez espectáculos que incluyen “La resistible ascensión de Arturo Ui”, “Santa Juana de los mataderos”, “La buena persona de Se-Chuan”, etc. En 1982 comencé a trabajar en “El círculo de tiza caucasiano” en un seminario que organicé para poner en escena la pieza. La estrenamos en junio de 1983 a pocos meses de la entrega del poder por parte de la dictadura militar de entonces. La escenografía y el vestuario eran de Gastón Breyer y Nereida Bar. Quise ahora rendirles un homenaje a aquellos grandes creadores que ya no están con nosotros, procurando reproducir su trabajo que aun hoy me parece maravilloso. Una nueva mirada de la obra reclamaba sí una música original que quedó a cargo de Esteban Morgado, quien ya había colaborado conmigo en la puesta de 1983. Brecht consideró siempre su proyecto estético como el comienzo de un intento que pretendía que fuera experimentado y enriquecido por otros teatristas. Su legado está resumido en esta frase: “No quiero para mí, lápida alguna, pero si alguna van a hacerme me gustaría que dijera: ‘Hizo propuestas que fueron tenidas en cuenta’”.



Es evidente que el director tiene sobrada experiencia en la obra del dramaturgo alemán y así lo demuestra. Lleva la razón sobre el sentimiento; expone al hombre como un ser social y a su acción como proceso dialéctico. El humor es una constante que pone el drama en un plano subalterno. Los actores hacen gala de profesionalismo y versatilidad, pudiendo rotar sus roles dúctilmente. También exhiben dotes musicales y para el canto, que hacen las delicias del espectador.

La escenografía y las luces, propias del teatro épico, refuerzan la estética que la puesta pretende, completando el todo un vestuario adecuado y de detalles cuidados. En síntesis, una experiencia para no perder. Buena propuesta para trabajar las ideas en épocas en que la uniformidad y la pereza de pensamiento amenazan abarcarlo todo. Aquí se encontrarán con un nuevo paradigma donde las resoluciones pueden ser múltiples.


FICHA TÉCNICA

Autoría: Bertolt Brecht
Versión y traducción: Manuel Iedvabni
Actúan: Dana Basso, Cristina Sallesses, Roxana Del Greco, Gabriel Dopchiz, Matías Sebastián Tisocco, Pablo Flores Maini, María Marta Guitart, Ariel Levenberg, Rodrigo Pagano, Juan Manuel Romero, Gustavo Siri.
Cantante: María Marta Guitart
Músicos: Gabriel Dopchiz, Matías Sebastián Tisocc, Pablo Flores Maini, Rodrigo Pagano.
Diseño de escenografía: Gastón Breyer
Diseño de Luces: Roberto Traferri
Diseño de Vestuario: Nereida Bar, Verónica Segal
Realización de escenografía: Ariel Levenberg
Diseño Gráfico /Colaboración artística: Leila Gramajo, Wilfredo Parra
Realización de Vestuario: Patricio Delgado, Susana Hidalgo
Fotografía de ensayos: Vicky Elmo
Prensa: Marcos Mutuverría - DucheZarate
Productor ejecutivo: Pato Rébora
Director Asistente: Pablo Flores Maini
Música original: Esteban Morgado
Dirección musical: Esteban Morgado
Dirección general y puesta en escena: Manuel Iedvabni

Quimera de un artista

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Quimera de un artista
de Gabriel Devoto
Teatro La Tertulia
Gallo 826, CABA
Sábados, 21 hs.

por Rubén Sacchi

Sábado a la noche. Para emerger por las escaleras de la estación Carlos Gardel del subte B debo sortear el bulto informe de una frazada raída. Debajo, el movimiento insinúa un par de cuerpos, una pierna asomada por el borde los declara pequeños. A lo sumo, adolescentes. Ya en la superficie, las luces del shopping contrastan con quienes cartonean u ofrecen diversos productos, generalmente innecesarios. Artistas callejeros se mezclan con una bandada de chicos desarrapados que corren perseguidos por el ulular de una sirena.


Era mi trayecto al teatro para ver Quimera de un artista, basada en la obra y figura del genial artista británico Charles Chaplin e iba pensando“¿qué puede decirse del viejo Charlie que no se haya dicho?”. La respuesta estaba allí, delante de mi vista: pude repetirse lo mismo hasta el cansancio, pues su mensaje sigue vigente frente al paradigma social inmutable que el capitalismo plantea y profundiza. Hoy, el ingenuo y marginado Charlot, el pibe con hambre y el fascista megalómano nos observan desde la cotidiana injusticia.

La obra logra imponer una renovada mirada sobre el popular payaso a través de la representación de un elenco excepcional. La combinación de actuación con la proyección de sus escenas fílmicas se produce de manera impecable, llegando a una fusión que consigue amalgamar los recursos y logra introducir al público en un clima particular, de época, que retrotrae al momento mágico cuando, con las monedas ahorradas en la semana, íbamos al “continuado” del barrio a desternillarnos de risa con un programa de “3 películas 3”.

La obra está muy bien cuidada. Los detalles de caracterización de los personajes hablan de un gran trabajo de vestuario y maquillaje. Eso, sumado a la capacidad de transmutarse de los actores en diferentes personajes, lleva a una dinámica atrapante de la que es difícil sustraerse hasta el final de la pieza. La escenografía plantea una puesta sencilla y se nutre de objetos icónicos del artista muy bien reproducidos. Las luces correctas y un estudiado esquema sonoro completan una labor técnica sin fisuras que refuerzan la atmósfera deseada.


Gran trabajo del grupo Darabake. Cinco actores de sólida formación y gran manejo del lenguaje gestual, tan propio del teatro de mimo como del cine mudo. Los personajes más recordados del cómico británico desfilan en todo su prodigio: el vidriero de El Pibe; el obrero de Tiempos Modernos; el pugilista de El campeón; la florista ciega de Luces de la ciudad, el recluta de Armas al hombro o el dictador de Tomania y el barbero en El gran dictador, entre otros. Nos recuerdan que aún están en nuestros corazones y nos aconsejan en palabras de Carlitos “Nunca te olvides de sonreír, porque el día que no sonrías será un día perdido.

Luego de la función, mientras el elenco se confundía en saludos con su público, alguien nos confió al oído que en septiembre habrá dos funciones gratuitas en la Manzana de las Luces. Tendrán que estar atentos quienes no la vieron, para subsanar esa falencia y quienes sí, para volver a disfrutar de este gran espectáculo.


Ficha técnico artística




Idea: Gabriel Devoto
Actúan: Gabriel Devoto, Daniel Di Rubba, Lourdes Isola, Leila Loforte, José Zartmann
Vestuario: Mariana Pérez Cigoj
Diseño de luces: Flor de Luz
Multimedia: Maria Eugenia González Choque
Sonido: Federico Martínez
Utilero: Silvina Apfelmann
Entrenamiento corporal: Lucas Maiz
Asistente de producción: Alicia Barreiro
Asistencia de dirección: Flor de Luz
Prensa: Tehagolaprensa
Producción: Darabake Producciones
Puesta en escena: Gabriel Devoto
Dirección: Gabriel Devoto

Teatro Desocupado

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Teatro Desocupado

Lunes, Jueves y Sábados, 20:30 hs. en La Máscara, Pan y Arte y La Revuelta respectivamente.

por Eva Candendo

El teatro, como manifestación cultural del hombre, es una expresión de su manera de verse y de ver el mundo que lo rodea y, por ende, de su problemática individual y de la sociedad en la que vive.


El teatro argentino fue un firme luchador contra las injusticias sociales y a favor de las libertades de expresión y de pensamiento y también del acceso a la cultura, para sacar de lo puramente mercantilista al espíritu colectivo, y poder elegir otra forma de vida. Así, en la colonia desafió a la rígida moral eclesiástica; con la ola inmigratoria aparecieron otras formas que mostraban el dolor y la nostalgia de los sufridos trabajadores y, años más tarde, Leónidas Barletta fundó el Teatro del Pueblo. Un hito muy importante fue Teatro Abierto, en 1981, durante la dictadura cívico eclesiástico militar, que no solo ahogaba económicamente sino que limitaba de manera feroz las libertades individuales. Con el tiempo aparecieron autores que hicieron hincapié en estas temáticas, y los teatros comunitarios con la participación de los vecinos en obras de creación colectiva. La autogestión obrera brindó nuevos escenarios nocturnos donde, durante el día, funcionaban fábricas como por ejemplo, el caso de IMPA. Cerraron muchas salas grandes pero abrieron otras pequeñas que fueron refugio de las nuevas expresiones.

En estos años, con el triunfo del despiadado neoliberalismo que empobrece el bolsillo y reprime cualquier voz en su contra, surgió una nueva versión de resistencia teatral, el Teatro Desocupado. El 14 de agosto se estrenó un ciclo de obras breves que pretende, al igual que Teatro Abierto, recuperar al público masivo por el bajo costo de su entrada, y ser un fenómeno social: Somos teatristas, actores, dramaturgos, directores y nos parece necesario y oportuno compartir, desde diferentes elencos y espacios teatrales, el abordaje de una temática social, fundamentalmente en lo referido a la actual desocupación y a las dificultades laborales, algo que nos involucra y nos afecta como ciudadanos y también como trabajadores de la cultura”.

Este lunes se presentaron las obras Los Hambrientos del Sur, de Hugo Asensio, y La Palabradel Señor, de Guillermo Farisco. En la primera, una pareja debe encontrar el modo de sobrevivir sin los ahorros de toda la vida. La segunda, es una divertidísima forma de mostrar lo que puede aceptar una persona con tal de no caer en la desocupación. Con escenografías simples, las obras se sucedieron sin demasiado despliegue escenográfico, nada más poniendo en las tablas el virtuosismo actoral, el de la dirección y por supuesto el de los autores que debían resolver en poco tiempo un tema tan espinoso como el de la falta de trabajo.

No se puede menos que felicitar a los que tuvieron la idea, a los que la apoyaron y se pusieron sobre los hombros la tarea de dar vida a la propuesta sin rédito económico alguno. Dice Mauricio Kartun, en un texto sobre la hermosa experiencia que fue Teatro Abierto, que el arte puede ser un elemento de lucha, pero no es el artista quien lo empuña sino el espectador. A nosotros sólo nos cabe la responsabilidad de hacer el mejor acero, el más insidioso y afilado, el más certero”
El mejor acero está listo, esperemos que el público haga lo demás.

El ciclo se presentará tres veces por semana, con dos obras de media hora de duración cada una, en tres diferentes salas, Teatro La Máscara, Pan y Arte y La Revuelta, los días lunes, jueves y sábados respectivamente a las 20:30, con una entrada económica de $ 50.

Este jueves, en Pan y Arte, Boedo 880, se representará Nebulosa de Roberto Cortizo Petraglia y Dos palomas, de Walter Ferreyra Ramos. El sábado, en La Revuelta, Boedo 1040, se pondrá en escena La Fiesta Rota o La Patria Deshuesada, de Marcelo Mangone.

Enamorarse es hablar corto y enredado

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Enamorarse es hablar corto y enredado
De Leandro Airaldo
Nün Teatro-Bar
Ramírez de Velazco 419, CABA
Jueves 21 hs.
Duración: 50’

por Rubén Sacchi

La plaza del pueblo reúne en un banco dos universos. Uno, el del campo, representado porPedro; el otro, el de la ciudad,expresado por la joven Ana. Nada sabemos de cómo llegaron a encontrarse allí. La mezquina información no permite que atendamos más que a ese encuentro de soledades.Ellos tampoco conocen nadael uno del otro, pero hay un punto en común -siempre lo hay- del que se dispara la maravilladelasrelaciones humanas: una pequeña mariposa que los sobrevuela.


La obra, a grandes trazos, tiene dos puntos de observación. El del cuadro, donde no puede esperarse más que lo que pueden ofrecer dos personas sentadas en un banco a la sombra de un árbol, termo y mate en mano, y que no se mueven de allí en toda la función. La riqueza está en lo que subyace, donde la potencialidad de dos excelentes actores debe dar fuerza a ese proceso interior que conecta a un individuo con otro, genera un clima pregnante y un interés que crece en esa aparente estática en tensión con el deseo común de los personajes. El conflicto se ve reflejado en la incapacidad de todo lenguaje de poner en palabras lo que pasa por la mente del orador. En este último tópico desarrolló Airaldo una particular dramaturgia, que convierte el hecho cotidiano y universal en una pieza artística.

Homenajeando al título, los diálogos son pequeños pases de balón que cada protagonista toma y devuelve. En algunos momentos, lo detiene un instante viendo cómo jugarlo mejor, en otros sólo reacciona con un rebote, como para sacárselo de encima como una papa caliente. El enredo es propio de quien necesita disimular lo evidente, juega al doble sentido y echa mano a cuanto artilugio verbal conoce, lo que genera un hilván humorístico que recorre el trabajo de manera relajada y rompe con el estereotipo de la ignorancia del hombre de tierra adentro en cuestiones filosóficas o metafísicas.

La escenografía sencilla se adapta a lo necesario, con el agregado de un piso giratorio que permite suponer, en las sucesivas vueltas, quizás el paso del tiempo. El sonido acompaña, y a veces refuerza, la atmósfera humorística, mientras que las luces hacen lo suyo correctamente, al igual que el vestuario.

Enamorarse es hablar corto y enredado formó parte y fue ganadora del Torneo de Dramaturgia Transatlántico Argentina vs Cataluña, dentro del Festival Temporada Alta, en el Teatro Timbre 4. La obra es un claro ejemplo de lo que decía Jean-Paul Sartre:“para que el suceso más trivial se convierta en aventura, es condición necesaria y suficiente contarlo”.
Para quienes tomen mi recomendación, van dos plus insoslayables: a la salida, cada asistente recibe un mini paquete de yerba agroecológica, para degustar el mate tal como Ana y Pedro. También ellos, ya fuera de su personaje y en la despedida, se preguntan con el público, al igual que este cronista:“¿Dónde está Santiago Maldonado?”.


Ficha técnico artística

Actúan: Soledad Piacenza y Emiliano Díaz

Escenografía: Miguel Nigro
Iluminación: Luciana Giacobbe
Música y diseño de sonido: Silvia Vives
Vestuario: Alicia Macchi
Diseño: Nadia Estebanez y Verónica López
Realización de escenografía: Manuel Escudero
Asistencia de dirección: Nadia Estebanez
Producción: Nadia Estebanez
Dramaturgia y dirección: Leandro Airaldo

Dibujo sobre un vidrio empañado

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Dibujo sobre un vidrio empañado
de Pedro Sedlinsky
Teatro IFT
Boulogne Sur Mer 549, CABA
Viernes 20:30 hs.
Duración: 75’

por Rubén Sacchi

Los puertos son como las fronteras, lugares de leyes ambiguas y parámetros difusos. Quienes deambulan por esos turbios confines suelen acarrear una muerte. Propia o ajena, da igual, pero casi siempre llevan un cadáver a sus espaldas. Hoffman, un oscuro violinista, también carga con el suyo, es como un suicida, pero cree poder escapar del crimen perpetrado contra su alma.


Los puertos necesitan lugares para que los prófugos de la vida distraigan su angustia. Para ello está el Sagitario, un cabaret regenteado por el Sr. Conrado y el Duque, su brazo ejecutor. Allí, noche tras noche, la joven Mirna baila su desencanto, llenando con su vacío la vacuidad ajena. Ellos cruzarán sus vidas dando nacimiento a una historia de amor y de muerte.

La obra es, como su título anticipa, difusa. Parece delinearse claramente pero vuelve a borronearse. Sin embargo, aborda con claridad conflictos que son comunes a todas las latitudes como la trata, las mafias, el poder y el mundo de la noche. También habla de bordes, físicos y virtuales y qué suerte puede llevar aquel que se anime a transponerlos. Quizás, lo que rige el destino de los actuantes es aquel pensamiento del filósofo Arthur Schopenhauer: “No hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige”.

La trama se basa más en lo que insinúa que en lo que muestra. Cada personaje oculta algo y el parlamento escamotea la información que aporta. La definición de propósitos es escasa, a veces contradictoria, quizás dirimida entre el apresar y el huir. Todo lo domina una luna sangrienta que presagia desgracia y la amenaza de un temporal a punto de desatarse.

Hay un buen trabajo actoral que logra mantener una atmósfera de indefinición, apoyada por luces precisas y un sonido que soporta muy bien el clima propuesto. La escenografía se apoya en dos puntales que se alternan según la iluminación de cada cuadro y un vestuario y producción adecuados.

Elenco:

Juan Marcelo Duarte: Hoffman
Diego Gens: El Duque
Jorge Prado: Sr. Conrado
Micaela Racciatti: Mirna

Equipo:

Vestuario: Vera Rinaldi
Diseño de escenografía: Héctor Calmet
Diseño de luces: Héctor Calmet
Diseño de sonido: Mariano Schneier
Realización de escenografía: Fernando Díaz
Fotografía: Gustavo Reverdito
Diseño gráfico: Gustavo Reverdito
Asistencia de dirección: Sara Sofía Hidalgo
Prensa: Ricardo Tamburrano
Producción ejecutiva: Sebastián Berenguer
Dirección: Natacha Delgado

Encefalografía de un hombre sensible

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Encefalografía de un hombre sensible
de Martín Montes De Oca y Jorge Rua
Teatro El Desguace
México 3694, CABA
Domingos 18:30 hs.

por Rubén Sacchi

Dos amigos se encuentran en un bar. Uno es un oscuro oficinista preso de la gris rutina, que tan bien pinta Roberto Arlt en sus aguafuertes; el otro, un pícaro que está más allá del bien y del mal y aprovecha sus pocas luces para divertirse a su costa, sumergiéndolo en profundas disquisiciones y entregándolo a la máxima Tuñoniana de “con la filosofía poco se goza”.


En 1962, el cineasta aragonés Luis Buñuel filmó una de las películas más geniales y controvertidas de su serie mexicana: El ángel exterminador. En ella, un grupo de burgueses regresa de una función de ópera a su mansión para disfrutar del resto de la velada. Cuando los invitados deciden partir a sus casas, se dan cuenta de que no pueden salir. Algo similar les pasa a los protagonistas de Encefalografía de un hombre sensible, encerrados en un bar en una noche eterna en la que el tiempo parece haberse detenido. El Gallego, dueño y mozo del lugar, remeda al nuevo emisario apocalíptico.

La pieza plantea varios interrogantes, uno de ellos es "¿Cómo se construye la realidad?”. En la sociología contemporánea hallamos una primera explicación. Los sociólogos Peter Berger y Thomas Luckmann proponen en su tesis que “la realidad se construye socialmente”, premisa que los actores desarrollan sumándose uno a uno a la percepción de que algo terrible sucede.

El Gallego asiste a la agonía de la concurrencia impasible, tomando notas en un cuaderno, por lo que bien la historia puede ser una ficción propia de su imaginación o lo que ellos llaman “un agujero de gusano”, que no es otra cosa que el atajo por alteración del espacio-tiempo que retomó Einstein en su Teoría de la relatividad.
A partir de asumirse en medio de ese túnel, los protagonistas en su desesperación proponen diferentes alternativas, que incluyen el suicidio. Muchas alimentadas por el Gallego, en su papel ambiguo de ángel y demonio. Los parlamentos su construyen con una riqueza atrapante, apelando a lo más profundo de la filosofía que puede abordar el hombre común ante lo desconocido y amenazante.

Basada en textos de Roberto Arlt, Leopoldo Marechal y Enrique Carné, la obra propone una mirada al comportamiento humano en situaciones límite y en lo particular a las pequeñas miserias que componen la cotidiana existencia.

Buen trabajo actoral, sin fisuras. Una curva narrativa in crescendo que mantiene en vilo al espectador, sólo suavizada por abundantes sarcasmos e intervenciones humorísticas que distancian por un momento del drama presenciado. Un buen manejo de luces y sobria escenografía completan esta propuesta que vale la pena acompañar.


Elenco:

Rubén González
Alberto Raul Nores
Pablo Trevisan
Jorge Rua


Equipo:

Escenografía e iluminación:Félix Padrón
Diseño de vestuario: Liliana Piekar
Música incidental: Jorge Rua
Diseño gráfico: Inés Viqueira
Técnica: Rocío Nani
Asistencia de dirección: Alicia Ricagni
Dirección: Jorge Rua y Gabriela Blejer

Sombra vana

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Sombra vana
Jane Hervey
La Bestia Equilátera, 2017
Novela, 272 pp.

por Rubén Sacchi

“Ciertamente el hombre pasa como una sombra vana, y así en vano se conturba: atesora y no sabe para quién congregará aquellas cosas”. Las palabras del clérigo ante el féretro de Alfred Winthorpe expresan la idea que da título al libro.
En una situación de lo más sencilla y cotidiana, como lo es la muerte de un anciano, la autora despliega una inteligente trama de intereses y actitudes que van marcando el ritmo del relato. La desaparición física del jefe de la familia, un ex-militar que no era precisamente muy amado, no implica su ausencia total, ya que su fantasma parece seguir allí y su voluntad se agiganta en la firmeza de su testamento, mediante el que sigue manejando los destinos del grupo.
Esa circunstancia deja aflorar una infinidad de conflictos no resueltos, donde juegan los celos, las infidelidades y los desencuentros de pareja. Todo en medio de un clima denso, en el que lo económico domina y las diferencias de clase social se muestran evidentes.
El industrial y ensayista francés Auguste Detoeuf, dijo: “Un buen entierro no se improvisa: es preciso consagrarle la vida entera”. Un sarcasmo muy cierto, aunque en la novela todo se le dedica después. La historia se precipita desde ese punto y se disponen los preparativos para la despedida que durará cuatro días y en los que todo se desarrolla y revela.
Ante lo inapelable, hay una reflexión de la pérdida: “Su rostro estaba lleno de dolor (...) no por lo que había perdido, sino por lo que nunca había tenido la fuerza de buscar”; también la hay del desamparo: “Aquello era el fin. El pasado estaba muerto y sellado en esa caja de madera. (...) los viejos tiempos se alejaban para siempre”. La muerte del coronel representa magníficamente la transición de dos épocas, es un ícono de ruptura. Un parto, doloroso como todos, pero necesario para dar oportunidad a una vida nueva.

El baile de la yegua

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El baile de la yegua
Eduardo Silveyra
Expreso Nova Ediciones, 2017
Novela, 64 pp.

por Rubén Sacchi

“Yegua, puta y montonera”, tales los apelativos con que se la denominó a la ex presidenta Cristina Fernández, tratando de ofenderla. Claro, para el gorilaje son palabras despectivas. Será que todas se vinculan a lo popular y eso es pecaminoso para la clase dominante. Esa en donde las mujeres son finas de modales y nunca putas, sino de conducta liberal en aspectos amorosos. Por el tercer mote, la sola mención de la palabra les produce una urticaria insoportable.
Dejando de lado las posiciones favorables o no a su gestión, es innegable que marcó un hito en la política nacional. Por ello, Silveyra la toma en su sola dimensión de yegua, como objeto de deseo en el que dos pulsiones se conjugan: la del sexo y la del poder.
La historia tiene sabor a barrio, a barrio de historia peronista, y si trata de monstruos sagrados, sólo faltaba la aparición de El Pisto, el legendario Jorge Pistocchi, fundador de una de las revistas de rock y cultura alternativa más importantes de la Argentina, en plena dictadura militar: Expreso Imaginario.
El autor maneja un lenguaje certero y su impronta lamborghiniana es de lo más adecuado para el clima cuasi grotesco que va in crescendo, mientras se arma la fiesta con Cristina como invitada central. Por si quedaran dudas, el guiño es más que evidente: “Tengan cuidado con el estanque de los camalotes, a ver si meten las patas en la fuente”.
Los infaltables choripán y vino dan paso al final, trágico o premonitorio, como si fuese una lógica nietzscheana del peronismo: después de la fiesta hay un muerto pero, mientras se sustancia un animado velorio, ya se habla de resurrección.

Cuaderno del pirómano

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Cuaderno del pirómano
Agustín Campos
De los Cuatro Vientos Editorial, 2017
Novela, 86 pp.

por Rubén Sacchi

Todo hecho artístico habla mucho de su creador, sea por similitud o por antonimia. Sin ser un diario íntimo ni un cuaderno de bitácora, Cuaderno del pirómano se me antoja semejante a lo que el autor escribe de Clint Eastwood por su película Los imperdonables: es un lugar donde poder dirimir sus problemas morales, bajo el manto protector de la ­ficción.
Pese a lo oscuro de la historia, es una novela fresca que transita por un tramo de la vida de Nicolás Costas, un joven que se busca a sí mismo en ese laberinto llamado juventud, plagado de minotauros y en la total ausencia de un hilo de Ariadna que lo guíe a la salida.
Si bien el nudo se presenta como un caso policial, la historia habla de otra cosa. Trata de la complejidad que atraviesa la juventud en una sociedad decadente, con pocas imágenes concretas y abundantes espejismos y de cómo la enfrenta alguien inquieto y cuestionador.
Entre infinidad de citas literarias y fílmicas con las que se acompaña el relato, todo va marchando hacia la paradoja. Los distintos actores se conjugan de manera tal que el final se precipita de acuerdo a un concepto vertido al inicio: “La información hoy siempre nos llega mediatizada, al punto de que a veces llego a creer que a lo mejor lo real ni siquiera existe”.

Amanda y Eduardo

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Amanda y Eduardo
de Armando Discépolo
Teatro El Tinglado
Mario Bravo 948, CABA
Miércoles 21: hs.

por Eva Candendo

Cuando en 1931 se estrenó en Barcelona Amanda y Eduardo, España vivía la euforia de la República, con el entusiasmo de un futuro promisorio en lo económico y en lo social. Las mujeres, hasta ese entonces, estaban sujetas al yugo del hogar, rol impuesto por la sociedad y alentado por el estado y la iglesia católica. Al año siguiente pudo ser apreciada en Buenos Aires, donde las condiciones de vida femeninas no le iban en zaga a la de sus pares españolas, tanto, que por aquellos años en las libretas de casamiento donde se colocaba la profesión de cada cónyuge, en el de la mujer se escribía: “quehaceres propios de su sexo”. Las opciones eran pocas: amas de casa si su marido ganaba lo suficiente para mantener el hogar; si no era así, lavar ropa ajena, coser o trabajar en una fábrica. A éstas se las llamaba despectivamente fabriqueras.


Amanda y Eduardo, un idilio en nueve cuadros, alejado del grotesco al que acostumbraba Armando Discépolo, es una obra en la que se ahonda en la psicología femenina de la época pero que la trasciende, porque aún hoy es una constante el desdoblamiento de la mujer entre su deseo y el deber para con los demás. Discépolo escribió este personaje profundo e intenso con gran conocimiento del tema. Amanda, joven y linda, vive con un viejo al que no ama pero que la halaga y, sobre todas las cosas, mantiene a su familia. Se convierte en esclava del deseo y la necesidad ajenos, dejando fluir las circunstancias hasta que aflora el suyo propio encarnado en la figura de Eduardo, joven periodista, pobre y casado. A partir de ahí se debatirá entre ser ella misma o continuar en el falso altruismo de darlo todo por el bienestar de su familia. Se juegan los valores de una sociedad que impone roles y donde las mujeres, sin alternativas por la falta de preparación para otra cosa, transitan su degradación, convirtiéndose en objeto desechable. El “buen juicio” que impone la miseria lleva a la inmolación propia y de aquella a quien dicen amar.

El elenco recorre la dramaticidad del texto con amplia solvencia, demostrando cabalmente la monotonía de la vida sin salida, gritando por momentos la angustia en una reacción que rápidamente se apaga ante lo inexorable. Muy buenas actuaciones, destacándose los protagonistas y el histrionismo de Mirtha Alicia Oliveri, quien arranca francas carcajadas, en el rol de Doña Flora, la madre de Amanda. Excelente el bandoneón en vivo, a cargo de Martín Alfredo Martínez, que ayuda a crear el necesario clima íntimo de la obra. Buenas también la escenografía y las luces.


Elenco

Laura Cañón: Amanda
Fernando Arsenian: Eduardo
Muriel Rebori Mahdjoubian: Elena
Mirtha Alicia Oliveri: Doña Flora
Roberto Scandizzo: Don Ramiro
Federico Shortrede: Leonardo
Martín Córdoba: Micho
Ayelén Garaventta: Elvira
Bandoneonista en vivo: Martín Alfredo Martínez

Equipo:

Vestuario: Celina Barbieri
Realización de escenografía: Camila Tomietto
Diseño de luces: Marcelo Zitelli
Diseño Gráfico: Ayelén Garaventta
Fotografía: Lucía Maricel Vega / José Ignacio Castro
Prensa: Duche&Zárate
Asistente de dirección: Carla Velásquez
Dirección: Marcelo Zitelli

El gallo cantor, cantata

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El gallo cantor, cantata
de Juan Gelman y Juan Cedrón
Teatro El Popular
Chile 2080, CABA

por Rubén Sacchi

Corría el año 72 y la dictadura de Lanusse moría matando. La creciente conflictividad social y política había puesto en jaque los sueños de uniforme, pero no iba a ser tan fácil para las mayorías populares recuperar el poder. Como botón de muestra, la masacre de Trelew, el 22 de agosto de ese año mostraba el grado de ferocidad que la bestia, aún herida de muerte, era capaz de desplegar. Una clara muestra de su poderío y a la vez un ensayo de lo que vendría años después.

En ese contexto, el nombre Juan cobraba su dimensión apostólica: Juan Cedrón y Juan Gelman componían la Cantata del gallo cantor, denunciando los crímenes, reivindicando el combate y proclamando, como bandera: “Nadie detiene la Revolución”.


Las cinco pistas que integraban el vinilo eran una sola pieza, sólida e indivisible. Unica y perdurable, como lo es la memoria popular.

Si “veinte años no es nada”, ¿qué son 45? Es que ese es el tiempo que el Tata se tomó para reelaborar la obra, distante de aquella primera versión interpretada y grabada en París por el Cuarteto junto al contrabajista francés François Rabat, Paco Ibáñez y Jaime Torres. Con otra inmediatez, tan urgente como entonces, porque hoy también la democracia sangra y el pueblo pierde a sus hijos necesarios.

Como bien lo define Tomás Bradley, integrante de La Lija, esta versión viene a restañar una zanja abierta entre las generaciones de los 60/70 y la presente, porque integra al Cuarteto Cedrón con ese grupo musical, una banda de músicos jóvenes con viejos compromisos e impronta. El resultado: un disco fresco, de puro arte pero con la dureza y profundidad de aquella grabación histórica.

Del Cuarteto Cedrón no hace falta hablar demasiado. Es icono insoslayable de la música popular y tanguera; también del artista comprometido. La Lija, haciendo honor a su nombre, despliega su enorme talento de manera uniforme, como si lo hubieran frotado con ese papel abrasivo, pero además poseen esa aspereza propia de la vida, de la que hablan sus temas que, pese a ocupar una buena porción del espectáculo, ameritan un show aparte.

Tres momentos transcurren sobre el escenario. Las interpretaciones de La Lija y el Cuarteto Cedrón por separado y un final con la Cantata… a toda orquesta. Un derroche de maestría y versatilidad, de emociones y fuerza. Esa fuerza tan necesaria para alimentar la esperanza en este aciago presente.

CUARTETO CEDRON:
Juan Tata Cedrón: guitarra, voz
Miguel Praino: viola
Miguel López: bandoneón
Daniel Frascoli: guitarrón
Josefina García: violoncello

LA LIJA:

Juan Botello; Sebastián Bradley; Paula Bradley; Tomás Bradley; Florencia Cosentino; Francisco Fernández Sobrino; Nicolás Galpasoro; Federico García; Sergio Iriarte; Ignacio Savid (Arpa, mandolina, bandurria, guitarra, contrabajo, cuatro, piano, violín, viola, acordeón, percusión y voces).

Prensa: Pintos & Gamboa
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